¿Cómo enseñar a sus hijos a procesar sus sentimientos?

Publicado originalmente en Vanguardia.

En momentos o situaciones difíciles, la frase “tranquilo, todo va a estar bien”, puede hacernos sentir como si nos estuvieran cerrando una puerta en la cara. Entonces, ¿por qué les contestamos lo mismo a nuestros hijos cuando se acercan a nosotros preocupados o tristes?

No hay duda de que es difícil ver a un hijo triste, asustado, nervioso o ansioso; pero debemos preguntarnos: si le decimos que “todo va a estar bien”, ¿en realidad lo estamos ayudando? Lo más probable es que con esas simples palabras le cerremos la puerta de la comunicación.

Las emociones son una reacción del organismo frente a una situación. Son la forma como se expresa nuestro cuerpo según nuestro estado mental y también cómo están trabajando nuestro cerebro, neurotransmisores y hormonas. Los sentimientos son la evaluación consciente de la emoción; lo que una persona ‘siente’.

Algunas emociones como el amor y la alegría nos hacen sentir bien, y evitamos en lo posible otras como el miedo o la tristeza porque traen sentimientos que no nos gustan. La reacción que tenemos en respuesta a ese sentimiento puede ser apropiada o inapropiada, pero el error que cometemos es etiquetar las emociones como buenas o malas. Todo sentimiento tiene su razón de ser y todos merecemos el derecho a ‘sentir’.

Al decir “tranquilo”, les enviamos a nuestros hijos el mensaje de que no existe un espacio para esos sentimientos. Y fallamos en expresarles que estamos ahí para apoyarlos en esos momentos.

Los sentimientos ‘malos’

Usualmente ocurre que los niños aprenden a suprimir o ignorar ciertas emociones. No les damos la oportunidad de reconocerlas, aceptarlas y aprender a manejarlas.

Como padres, es nuestra responsabilidad enseñarles a procesar esos sentimientos. El primer paso es reconocerlos, lo que va mucho más allá de decir “triste o feliz”, “me siento bien o me siento mal”. Sentirse mal puede referirse a miedo, rabia, envidia, vergüenza, celos, dolor o angustia. No poder reconocer la diferencia, hace mucho más difícil poder definir cuál sería la acción adecuada a tomar.

El segundo paso, y posiblemente el más difícil, es aceptar los sentimientos. Hay situaciones que nos pueden hacer sentir tristeza, y al pensar que es un sentimiento ‘malo’ tratamos de suprimirlo, lo cual desencadena miedo y rabia. En el momento en que reconocemos y aceptamos el sentimiento de tristeza, le quitamos el poder de ‘intoxicarnos’ y entonces elegimos con mayor facilidad la acción apropiada.

Muchos de nosotros hemos dicho frases como “no llores que no pasó nada” cuando nuestros hijos se golpean o sufren un pequeño accidente. Puede ser porque estamos afanados y no tenemos paciencia para una pataleta o porque desde nuestro punto de vista no parece tan grave.

También podemos reaccionar así por miedo a que nuestros hijos se vuelvan ‘quejetas’ o porque en realidad estamos tratando de tranquilizarnos a nosotros mismos.

Entonces, ¿cómo pretendemos que ellos puedan aceptar que tienen esos sentimientos si no les damos el espacio para expresarlos?

Los sentimientos se expresan en nuestros pensamientos y en nuestro cuerpo. Y al no poder procesarlos contaminan nuestro organismo y se manifiestan físicamente con irritabilidad, gastritis, dolor de cabeza, espalda o estómago; o en cualquier otra forma en la que el cuerpo pueda ‘hablar’.

Cuando los niños aprenden a reconocer y aceptar los sentimientos y la forma como se ‘sienten’ en el cuerpo, pueden más fácilmente manejar, soltar y sobrepasar la situación.

¿Cómo abrimos estas puertas de la comunicación? Puede ser con una simple palabra como “cuéntame….”. Es importante escuchar sin juzgar y dar espacio para que ellos puedan desahogarse con nosotros sin la necesidad de que les solucionemos el dilema.

El mejor ejercicio para que se puedan fortalecer es dejarlos solucionar sus propios problemas. Podemos acompañarlos mientras realizan el proceso y hacerlos sentir que están apoyados y no están solos, pero hay que darles el suficiente espacio para ‘sentir’, reconocer y aceptar eso que les está pasando por dentro.

Actividades para hacer con en familia

• Emoticón. Realicen el siguiente ejercicio: asignen un ‘sentimiento’ a cada emoticón para evaluar qué tan amplio es el vocabulario emocional de cada uno de los miembros de la familia.

• Tarjetas de sentimientos. Recorten caras en revistas que muestren diferentes expresiones y armen una caja de ‘tarjetas de sentimientos’. Estas son una herramienta para abrir conversaciones.

Ejercicio: se ponen las tarjetas boca abajo  y cada miembro de la familia escoge una al azar. Uno por uno, voltean la tarjeta y al hacerlo cada persona debe identificar una situación que le haga sentir la emoción expresada en el rostro de la tarjeta. Por ejemplo, si la tarjeta muestra una cara de alegría, la persona diría: “Yo me siento alegre cuando juego con mis amigos”. Luego los demás miembros de la familia comparten una situación que los haga sentir la emoción de la tarjeta.  

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